VOLVAMOS A LA PESETA
VOLVAMOS A LA PESETA
Es conocido que algunas formaciones políticas españolas situadas en espectros ideológicos (aparentemente) opuestos han “coqueteado” con la propuesta soberanista de abandonar el euro y retomar la peseta. La soberanía monetaria sería entonces para ellos la varita mágica que resolvería de un plumazo los innumerables problemas económicos que hoy nos asolan y que es previsible que nos asolen también mañana.
Lo cierto es que la divisa nacional antes conocida como peseta arroja una performance de pérdida de valor tan espantosa que cabe preguntarse si alguien en su sano juicio le daría la bienvenida. Se ve que el temor a la inflación ha desaparecido y que nadie teme su regreso como si tal fenómeno fuera un eco lejano del pasado, un cuento del abuelo cebolleta que no pinta ya nada. Pues no es así y, de hecho, dista mucho de serlo.
En inflation.eu podemos tener acceso a los datos de inflación, presentados en varios formatos, relativos a las principales economías del mundo, incluida España. Dejando al margen la polémica acerca de su medición, así como de sus efectos asimétricos según donde viva cada uno dentro de un estado y cuáles sean sus patrones de consumo (un tema polémico que nos desborda), usaremos el IPC como referencia y daremos, más o menos, por válidos sus cifras.
Así, lo cierto es que desde que el euro entró en circulación en España en 2002 y hasta el 2019 hemos sufrido una inflación media anual del 1.93%. Una tasa que se entiende moderada. Tan moderada que en 18 años el euro ha perdido casi un 30% de su valor. Eso sí, “moderadamente.”
Podemos dividir estos 18 años en dos períodos bastante asimétricos. El primero, entre el año 2002-2008, arroja una media de un 3.13% anual, lo cual supone una pérdida de valor para el euro en 7 años de casi un 20%. El segundo período, la post-Gran Recesión, abarca los 11 años que median entre 2009-2019, en los cuales la inflación media anual fue tan sólo de un 1.17%, si bien es el período 2013-2019 donde se concentran las tasas más bajas e incluso algún ejercicio con deflación como el 2014. Basándose en este último período y en la presencia del euro se ha declarado fenecida a la inflación, como si 7 años bastaran para enterrar a una inquilina tan molesta o supusieran una referencia estadística lo suficientemente amplia.
Lo anterior significa que hemos tenido inflación con el euro y que esta ha sido relevante, de media, hasta hace bien poco. Los 11 primeros años de vida del euro en España nos dejaron una tasa media de inflación del 2.81%. Por tanto, el euro no ha sido una panacea, si bien tampoco, ni mucho menos, una catástrofe, en términos de inflación. Pero es tan absurdo sostener que no ha traído inflación como lo contrario.
No obstante, si lo comparamos con la peseta, el euro parece una bendición caída del cielo. Entre 1956-2001 la tasa media de inflación en España fue del 8.45%, lo cual supuso una destrucción de más del 98% del valor de la divisa nacional. Hemos tenido inflación con Franquito y sin Franquito. Con los “sociatas” y sin los “sociatas” y con los “peperos” y sin los peperos.
En los 11 años que median entre 1973-1983 la inflación en España fue de doble dígito sin ninguna excepción, de media un 16.39%, y destruyó en poco más de una década más del 86% del valor de nuestra divisa. Trate de imaginar la rentabilidad bursátil que hay que obtener para capear con éxito ese temporal.
Al entrar en la CEE las cosas “mejoraron.” Entre 1986 y 2001 la peseta “sólo” se devaluó a un ritmo medio anual del 4.55%. Es decir, que en 16 años se destruyó más del 52% del valor de la moneda nacional.
Si echa de menos, por algún extraño motivo, los gloriosos tiempos del Caudillo, ateniéndonos a lo que podemos decir fueron sus “mejores años”, 1956-1975, la inflación media en España fue del 8.22% y arrasó en 20 años más del 82% del valor de la peseta. Caudillo de España por la gracia de Dios, dicen algunos “despistados.” Sí, de la inflación también. Menuda “gracia.”
A la vista de lo anterior, parece comprensible que no fuera mala idea adquirir una vivienda en los años 80 y 90 mientras que no lo fue tanto en la primera década de este siglo. Razones no faltan. Cabe preguntarse qué rentabilidades nominales habría que obtener en la bolsa para sobrevivir a este robo silencioso.
Es verdad que las circunstancias económicas eran diferentes. Se trataba de otro mundo, pero el mismo planeta. Se puede argumentar que naciones como Alemania mantuvieron cierta disciplina monetaria y que, por tanto, nada malo hay en la soberanía monetaria per se. Pero puede que muchos opinen que España no tendría en el futuro la seriedad alemana o suiza. Su temor no está injustificado, aunque se trate de un temor más político que económico. Nadie ahora concibe que para ganar dinero de verdad haya que obtener en bolsa más de un 16% anual. Podría también añadirse que por qué no habría de ser España un “referente” de seriedad monetaria con una nueva peseta y que estamos auto-minusvalorando a nuestro propio país. Que no somos “menos” que alemanes o suizos. En realidad, la minusvaloración no se refiere tanto a “España” como a sus dirigentes políticos, pues la historia demuestra que, autoritarios o no, de izquierdas o de derechas, todos se han encamado con la inflación, algo que paga el ciudadano y no el responsable político. Desconfiar es legítmo y, además, en este caso está plenamente justificado.
La historia no está condenada a repetirse, aunque pueda rimar de vez en cuando. Puede que la inflación inferior al 2% sea el nuevo paradigma y que dure décadas. Aquí dejamos, de todas maneras, esta breve lección de historia inflacionaria pesetera para los más jóvenes y, en general, para todos aquellos que hayan enterrado a doña inflación. No vaya a ser que este muerto siga vivo. O de parranda.
¿Qué “resucite” la peseta? Dejemos a los muertos en paz.
@mellizonomics & @quietinvestment
* En la sección Tools podéis acceder a un Excel con los datos de referencia de este post, si bien una visita a inflation.eu será más instructiva.