LA CRUDA TEORÍA DE LA INVERSIÓN A LARGO PLAZO
LA CRUDA TEORÍA DE LA INVERSIÓN A LARGO PLAZO
Continuando con el recurrente asunto del “todo junto” o “poco a poco”, que planteamos de manera plausiblemente realista aquí, hoy nos iremos a la teoría, útil y ejemplificativa.
Es frecuente que con cierta regularidad el inversor, especialmente el indexado, se vea sacudido por la tétrica presencia de un gráfico o cuadro que le señala de manera quisquillosa que su inversión a largo plazo en el año X tardó, efectivamente, un largo plazo en recuperarse. Esta advertencia parte de suponer que el inversor invirtió todo lo que tenía en el año 1 y que posteriormente sobrevino la debacle bursátil, obligándole a perder diez años o más de su, ahora, miserable vida. Con este tipo de lúgubre advertencia se trata de prevenir al inversor respecto a los cantos de sirena que pretenden engatusarle con el sempiterno sambenito de que la bolsa siempre sube a largo plazo, que el tiempo es su mejor aliado y que la indexación o gestión pasiva a un índice general de acciones es lo mejor y no puede fallar jamás. En esta plática subyace también un discurso anti-acciones, especialmente contra quienes las presentan, siempre, como el activo más rentable y seguro a largo plazo. Como de costumbre en el mundo de las finanzas nada es blanco y negro y, por tal motivo, vamos a hacer un poco de historia.
Entre 1973-1985 el SP500 TR obtuvo los siguientes resultados:
Aparentemente, 13.000 $ invertidos en 1973 se habrían convertido en 42.6259 $ en 1985, obteniendo una rentabilidad compuesta anual del 9.57%, lo que supone una revalorización total del 228% para el capital inicialmente invertido. Esa rentabilidad compuesta anual del 9.57% no escapa a ese rango de rentabilidad compuesta anual histórica de la bolsa americana, de entre el 9%-10%. Por tanto, parece que con tal de dejar pasar al tiempo todos los males se evaporan, empezando por un comienzo desastroso, “el peor momento para empezar a invertir”, como el bienio 1973-1974.
Lamentablemente no es así. Entre 1973-1985 la inflación media en USA ascendió a un terrorífico 7.59% de media anual, lo que supuso una destrucción del poder adquisitivo del dólar de un -7.65% compuesto anual:
Dicho de otra manera: el dólar perderá en 13 años casi 2/3 partes de su poder de compra. Visto este “pequeño inconveniente”, volvamos ahora al SP500 TR anterior pero tamizado por esta insidiosa inquilina llamada doña inflación:
Lo que antes parecía una rentabilidad compuesta anual del 9.57%, aparentemente sobre la media histórica, ahora se convertirá en un paupérrimo 1.51%, muy inferior al 6%-7% compuesto anual en términos reales que históricamente ha arrojado la bolsa norteamericana. De una apreciación del capital del 228% en términos nominales pasamos ahora a otra del 21% en términos reales. El cuento ha cambiado.
Este ejemplo muestra que el inversor de 1973 hubo de esperar 13 largos años para volver al punto inicial y obtener, en términos reales, una rentabilidad mínima. También nos enseña que, efectivamente, el largo plazo puede ser en realidad muy largo y significar incluso “perder más de una década” de capitalización. Y, cuidado, estamos hablando de la bolsa norteamericana nada más, es decir, del mercado más grande y puede que el primero en rentabilidad del mundo. Y tampoco hemos tenido en cuenta que el inversor dispusiera de un vehículo de indexación a precio asequible. De hecho, hasta 1976 no fue así. Probablemente esos 13 años, restando costes de transacción hubieran sido más.
Pero lo cierto es que la realidad deviene, en ocasiones, más prosaica y, en este caso, más optimista. Habitualmente, la mayoría de las personas obtienen el capital que invierten de forma periódica y de tal manera lo asignan. Nadie invierte en el año 1 todo el capital del que dispondrá para invertir a lo largo de la vida. Es verdad que, estadísticamente, eso sería lo mejor en términos de rentabilidad. Salvo que, desafortunadamente, su año 1 fuese 1973. Como el riesgo no deja de ser la combinación entre probabilidades y consecuencias, hemos de deducir que, aunque las probabilidades de tener éxito estén de nuestro lado, lo cierto es que, si nos equivocamos, la consecuencia será perder más de una década, un período de tiempo sustancial en términos de capitalización. Eso, en el mejor de los casos.
Por eso, quizá la realidad sea más optimista que los peores ejemplos. Supongamos que el inversor de 1973 no dispone de 13.000 $ en ese año, pero sí de 1.000 $, extraídos de su salario, que puede invertir a principios de cada año. O que en lugar de invertir los 13.000 $ de una sola tacada, porque no dispone de ellos de esa forma, los invierte anualmente, 1.000 $ cada año. Lo cual no deja de ser más plausible.
En términos nominales ocurre lo siguiente:
Se invierten 13.000 $ y se obtienen 36.801 $, es decir, una rentabilidad total acumulada del 183%. Evidentemente, hubiera sido mejor invertir los 13.000 $ de golpe y conseguir el 228% que suponen 42.629 $. Sin embargo, no es verdad. En términos reales, la cosa cambia, y mucho:
En realidad, el inversor periódico obtiene una rentabilidad real total del 72% frente a la real del 21% que se lleva el inversor que lo dejó todo al albur del largo plazo. Y faltan los costes, claro. En el mejor de los mundos, uno habrá de esperar 13 años para recuperar de verdad su dinero mientras que el otro, por ejemplo, se ahorrará al menos tres años. Así, en 1982 habrá invertido 10.000 $ y tendrá 11.1756 $. En períodos anteriores también habría podido obtener beneficios. En 1976 habría invertido 4.000 $ y acumularía 4.415 $. En 1980, hubieran sido 8.000 $ y tendría 9.430 $. Todo en términos reales. Es decir, no sólo habría recuperado todo su dinero antes que el inversor que invirtió todo de golpe, sino que, además, hubiera gozado de un par de oportunidades de desinversión rentables durante el trayecto.
Otro ejemplo que suele ofrecerse es el del inversor de principios del año 2000 al 2013:
En términos nominales sus 14.000 $ se hubieran convertido en 22.957 $, obteniendo un pésimo 3.60% compuesto anual, muy por debajo de la media histórica de la bolsa americana. La revalorización total supondría un 64%. No obstante, invirtiendo 1.000 $ cada año la historia vuelve a cambiar y la revalorización total asciende a más de un 80%. De nuevo, a las malas, la política de aportaciones periódicas rescata al inversor.
En este caso la inflación media del período ascendió a un 2.36% de media anual, destruyendo en 14 años el 28% del poder de compra del dólar:
El SP500 TR en términos reales se ve modificado de la siguiente manera:
Ahora los 14.000 $ invertidos de golpe se quedan en apenas 16.698 $, un pírrico 1.27% compuesto anual y una revalorización total ínfima del 19%, todo logrado en el catorceavo año de espera. Por el contrario, las aportaciones periódicas “salvan” de nuevo al desdichado inversor, quien obtiene 21.588 $ en términos reales, es decir, una revalorización de su capital de 14.000 $ invertidos anualmente de más del 54%. Además, en el año 2004, ya con 5.000 $ invertidos, aparecen los primeros beneficios, acortándose el plazo de recuperación en relación al supuesto de inversión de los 14.000 $ en el año 1. Incluso tras la debacle de 2008 se podría recuperar lo invertido con beneficios ya en 2010.
La primera lección que debemos extraer de estos números es que los resultados nominales pueden ser muy optimistas pero los resultados reales, una vez descontada la inflación, no tanto. Es lo que sucede en el período 1973-1985. O que ni los resultados nominales ni mucho menos los reales son para tirar cohetes, como es el caso del período 2000-2013. Llama la atención lo mucho que se parecen las pírricas rentabilidades en términos reales de un período y el otro mientras que difieren sustancialmente las rentabilidades nominales. Constituye esto un triste recordatorio para el inversor en el sentido de que se tome muy en serio a la inflación, por baja que le parezca, so pena de distorsionar tremendamente los resultados obtenidos y auto-engañarse a uno mismo.
La segunda lección que sacamos de los dos casos anteriores es que, en ocasiones, la mala suerte penaliza al inversor que compromete su capital en un mal momento, el cual no puede predecir. En tal caso, el largo plazo es largo de verdad y puede significar la pérdida de muchos años útiles de capitalización del ahorro. La estadística dice lo contrario, que es mejor apostar todo al principio y sentarse a esperar. Pero la estadística no puede decirle al inversor si está en 1973 o en 2000, que es lo que a él le importa en términos de seguridad.
La tercera lección sería que la política de aportaciones periódicas no hace milagros en términos de rentabilidad, pero constituye un buen seguro contra “las décadas perdidas” en términos de capitalización pues acelera la recuperación de lo invertido y abre ventanas temporales de desinversión rentable que no se producen de ninguna manera si todo el capital ha sido comprometido en ese mal momento que, desgraciadamente, no podemos predecir. No se trata de una ventaja pequeña pues es la diferencia entre dormir tranquilo o no. Es la diferencia entre perder y ganar. De todas maneras, tampoco es una panacea y la anterior afirmación admite muchos matices. Sin ir más lejos, que todo dependerá también de lo próximo que se encuentre el inversor al momento de empezar a desinvertir. No es lo mismo que este escenario atrape a un inversor de 40 años que a otro de 70.
De todas maneras, la conclusión es que los ejemplos de inversión fallida que se usan como advertencia respecto a los peligros de dar por hecho que el mero transcurso del tiempo cura todos los males son tremendamente ilustrativos y útiles, a la vez que incompletos, pues asumen que las cosas suceden de una manera y no necesariamente de otra. No obstante, de la misma forma en la cual el DCA tiene este lado amable también conlleva sus inconvenientes. Es decir, es un gran salvavidas si el barco hace aguas y tarda en llegar a buen puerto, pero, a su vez, si todo va viento en popa puede ser un ancla que reste velocidad. Algo que veremos próximamente con otro ejemplo contrapuesto a los dos que hemos visto hoy aquí. Porque a veces, querido inversor, todo lo malo tiene su lado bueno y todo lo bueno tiene su lado malo.
@mellizonomics & @quietinvestment
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